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El padre insustituible

Cuando en una familia, en tantas y tantas familias, son los hijos quienes deciden qué hacer un fin de semana, dónde pasar unas vacaciones, en qué centro estudiar, la hora de regreso a casa, cómo celebrar un cumpleaños, en qué comercios comprar la ropa de vestir, qué marcas usar, etc. etc.

y son los padres los que obedientes y sumisos aceptan estos dictámenes sobre cuestiones que afectan a la familia en su totalidad, o más concretamente a la educación de la prole, hemos de preguntarnos: Pero, ¿dónde está la autoridad de los padres? ¿Es posible educar a los hijos en ausencia de autoridad?

Profundizar en este grave problema familiar exige reconocer que el padre y la madre tienen dos psicologías distintas definidas por la masculinidad y la feminidad, lo que necesariamente ha de reflejarse en la distinta relación con los hijos. La vinculación del padre y de la madre con los hijos es distinta pues hay una diferencia básicamente biológica: La madre, desde el momento de la procreación, lleva al hijo en su seno y por eso al nacer crea vínculos de apego y amorosos infinitamente más poderosos que los que constituye el padre. Eso no quiere decir que el padre no ame; en absoluto, pues nada en la familia funciona sin amor. Pero sí quiere decir que la madre tiene una función y el padre tiene otra. Que el papá no puede ser una mamá suplementaria, ni un colega del hijo. Esta diferencia de funciones -padre y madre- no es algo inventado a la ligera, ni es una ideología, ni una religión. Es algo que está en nuestra naturaleza y que se deriva de la propia condición de ser hombres o mujeres, que iguales en muchas cosas, son distintos en muchas otras; y esa diferencia no les hace enemigos, sino complementarios.

 La figura de la madre encarna el amor y la ternura. La figura del padre encarna cosas distintas y muy simples: orden y ley. Para lo cual el padre debe hacer uso de su autoridad frente al hijo. Autoridad o capacidad para dar órdenes, mandar, gobernar, premiar, castigar. Por decirlo en términos muy simples: la madre cría al hijo y el padre lo orienta a la vida adulta.

Ocurre, que en el mundo civilizado actual la sociedad se confunde, (sea por revoluciones sociológicas del pasado siglo, sea por la procreación in vitro, que sólo concierne a la mujer), y piensa que es ella quien puede educar a un hijo sin necesidad de padre. Quiere ello decir que el padre, en sus manifestaciones, tiene serias dificultades para ejercer su autoridad. En muchos hogares está sometido a una crítica feroz y, con suma facilidad cualquier manifestación suya, como hombre, es criticada como machista. Se ve obligado a un comportamiento muy próximo al de la madre como mujer, y en no pocas ocasiones se resigna a un papel sin autoridad, indulgente, e indiferente, que abdica de su verdadero rol frente a los hijos. La figura del padre devaluada, parece que sobra, que es prescindible. En definitiva, puede afirmarse, con María Calvo (La masculinidad robada) y otros muchos observadores sociales, que en el hogar la figura del padre, está eclipsada, desdibujada, desfigurada y, aunque presente, ha dejado de ser operativa.

La madre, por supuesto, también tiene autoridad frente al hijo, pero tiene dificultades para ejercitarla por la fuerte unión afectiva que le ata a él. Muchas madres dicen “yo soy mamá y papá a la vez”, pero les va mal con los hijos; pelean todos los días y se quejan de que no les hacen caso. Son incapaces de ejercer el rol de autoridad, porque de alguna manera la madre siempre está asociada a la contención, la acogida, la afectividad. La madre es poco represiva, deja al niño a su aire, permitiéndole que haga lo que desea, mientras que el padre, en general, tiende a ser más severo y represivo.

El padre ejerce la autoridad estableciendo la ley en forma de normas, y reglas; lo que se puede y no se puede hacer y el niño descubre que él no hace la ley, sino que existe una ley fuera de él. El padre no puede ser ogro para los hijos, pero tampoco un colega; ha de mantener la disciplina, (como constancia en las labores cotidianas), el orden y el rigor en la vida y anima al esfuerzo. Esta función la ha de ejercer sin caer en el autoritarismo de tiempos pasados. El padre por eso ha de saber mandar en el momento preciso. Sus órdenes han de ser razonables; mejor aún si se hacen comprender a los hijos. Ha de castigar, sin ira; de forma proporcionada a las faltas, y mostrará amor cuando decida decir no, aunque le cueste, mejor aún si lo hace convenciendo. De esta forma contribuye a formar la recta conciencia moral, que cada hijo tiene inscrita en el alma y fija la relación de su vástago con todo aquel que ostenta autoridad, sean profesores, sacerdotes, autoridades civiles, religiosas o militares.

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