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Al despertar

Vamos a seguir en la línea de la educación a nuestros hijos, o nietos, y por eso hoy os propongo que empecéis ya con una costumbre muy bonita, de toda la vida, pero que con las prisas que llevamos todos se está perdiendo.

Es una cosa tan sencilla, que ya desde pequeñitos podemos acostumbrarlos: empezar el día ofreciéndoselo a Dios.

Podemos despertar a nuestro hijo con un puñado de besos que le van a sentar de maravilla (esto casi no hace falta decirlo). Yo digo siempre lo que un amigo mío un día me comentó, que es una receta muy fácil de aplicar: ocho besos por la mañana, ocho a mediodía y ocho por la noche. ¡Da un resultado increíble! No sólo con los hijos, sino con el marido, la esposa, la madre anciana…

La pena es que las prisas lo estropean todo, pero ¡de veras! es un buen comienzo.

Bien, dados y recibidos ya los ocho besos, viene el momento de que vayamos inculcando la costumbre de ofrecer el día a Dios. Nosotros ya lo habremos hecho antes, con oraciones también sencillas, o simplemente diciéndole a Dios “todo lo que haga en el día de hoy, para Ti, para tu Gloria” y a la Virgen “Madre, ayúdame”, o cualquier otro pensamiento. A Él y a Ella les bastan estas palabras.

A nuestro hijo pequeño le podemos enseñar a que diga simplemente “Jesús, hoy voy a intentar ser bueno”, o “Jesús, quiero ser tu amigo”, “Virgen María, cuídame porque eres también mi mamá”, y le explicamos que tiene la suerte de tener dos madres, una que se llaman Pepita o Juanita, y otra que es la Virgen María. También podemos enseñarle a que diga “Ángel de la Guarda, dulce compañía, no me dejes solo ni de noche ni de día”, pero lo del Ángel de la Guarda lo dejaremos para otra ocasión.

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